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.¿Para el Dominio? ¿Para Tehama? ¿Quién podría decirlo?Pensé nuevamente en Ithien y los demás, deseando que hubiesen podido navegar por la ensenada hasta alcanzar mar abierto y desaparecer rumbo al sur del Archipiélago, cuna de la resistencia herética.Palatina estaba por allí en algún sitio y quizá también los que hubieran escapado de las purgas: Persea, Laeas, Sagantha.El astuto Sagantha, hábil político, capaz de apostar a ambos extremos contra el medio.¿Qué me había hecho pensar en él? No era en realidad un amigo y había demasiadas cosas sobre él que ignoraba.Pero no había oído rumores de que se hubiese cambiado de bando, lo que habría ocurrido de darse el caso.Quizá el Refugio estuviese aislado, pero las noticias fundamentales llegaban allí cada tanto y los eruditos no estaban totalmente desinteresados en el mundo exterior.Al menos Sagantha era el tipo de hombre a quien los demás podían seguir, más por los ideales que defendía que por sus propias características personales.Sagantha no hubiese confiado nunca en Ithien.Eso sólo podía haberle sucedido a Palatina (donde fuera que estuviese), pues lo conocía desde hacía mucho tiempo.Estaba oscureciendo cuando Tekla anunció que el grupo de Tehama se había marchado y que ya temamos la libertad para volver a movernos y hablar.¿Cómo sabía que ya no merodeaban por allí? Me frustró saber tan poco acerca de la magia mental.En la Ciudadela, mi maestro Ukmadorian había centrado sus enseñanzas en qué peligrosos eran los magos mentales y cómo debía hacerse para evitar ser detectados por ellos.Sin embargo, nunca nos había explicado las bases de la magia mental, que nos habrían permitido descubrir quizá nuevos métodos de permanecer ocultos.Ése era el problema de la Ciudadela: no nos consideraban más que receptáculos diseñados para transmitir las tradiciones y el conocimiento.Allí no se desarrollaba nada nuevo, al menos que yo supiese.―No permaneceremos aquí ―informó Tekla―.Esto es sólo un almacén y un sitio para ponerse a resguardo de las inclemencias del tiempo.Os llevaré a un lugar donde no tendré que perder el tiempo en vigilaros.Un lugar que controlo.antes de que intentéis escapar.Rogué que en ese sitio hubiese un médico o al menos alguien con suficientes conocimientos de medicina para atender las heridas de la espalda de Ravenna.―¿Cómo nos llevarás allí? ―pregunté.―No os preocupéis, no tendréis que soportar las penurias de otro trayecto cruzando la jungla.Por el momento tenéis un cierto valor y no estoy dispuesto a desperdiciaros.«He tratado a la gente como si fuesen objetos».Las palabras de mi hermano resonaron en mi cabeza y temblé observando el rostro del mago mental en busca de señales de emoción.Todo eso me recordaba a Orosius.Antes de que se produjese el rápido ocaso tropical, Tekla nos brindó una nueva ración de sus espantosas galletas y luego nos hizo salir a esperar en la playa.Esperar qué cosa, eso no lo dijo, pero supuse que vendría a por nosotros un bote o una raya.La arena aún estaba tibia aunque ya se había apagado del cielo el último rastro de luz.Me senté y dejé correr arena entre los dedos con la mirada puesta en la bahía.Los oscuros y amenazantes acantilados le restaban al paisaje gran parte de la magia de la Ciudadela o incluso de las costas de Lepidor.No había fosforescencia en el agua, sólo las crestas blancas de las olas rompiendo una tras otra a poca distancia, y estaba demasiado oscuro para poder ver más.Era la tercera ocasión en que Ravenna y yo nos sentábamos juntos en una playa semejante durante la noche, y me pareció que era algo significativo, teniendo en cuenta lo que nos habíamos dicho las veces anteriores.Pero la presencia de Tekla anulaba cualquier posible rastro de encanto y ninguno de los dos dijo una palabra.No tuvimos que esperar demasiado, pues tras unos minutos Tekla divisó algo que emergía en la rompiente y nos ordenó que nos lanzásemos al agua [ Pobierz całość w formacie PDF ]

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